Capítulo 8

LYANNA

            Su relación con Robert ya no podría ser igual que antes. Todo ahora era más formal, más serio... ¡Estaba comprometida! Se había divertido mucho, quizás demasiado, coqueteando con él, posiblemente abusando de lo que el joven sentía por ella, y ya no había marcha atrás, no estaría bien desobedecer a su progenitor. Tras el anuncio hecho por su padre, tanto Lyanna como sus hermanos no supieron qué decir ni qué hacer, aunque a ninguno, incluida ella, les pilló realmente por sorpresa. El joven Baratheon ya le había declarado sus sentimientos, pero no creía que su padre fuera a concederle su mano de buenas a primeras. ¿Era una manera de meterla en cintura? Había sido una muchacha rebelde y a lo mejor Lord Rickard entendió que había que domarla a través del matrimonio. Robert era un buen partido y la quería, no cabía duda. Peor hubiera sido casarla con un hombre viejo y horrible que ni siquiera le agradara físicamente. La noche después del anuncio, Lyanna le confesó a su hermano Ned que sabía que Robert había tenido algún bastardo en el Valle. Él intentó convencerla de que todo eso quedaría en el pasado ahora que iban a casarse, que le arrancaría la promesa a su amigo, pero ella no estaba segura de que Robert fuera a cumplirla. No pudo sino sentirse un tanto ofendida por ese tema y así se lo dijo a algunas de sus sirvientas. Ellas le restaron importancia e incluso añadieron que el tener bastardos no era sino una prueba clara de que en un futuro le daría hijos. Lyanna se había sonrojado al imaginarse siendo madre.

            La mañana se presentaba lluviosa. No le molestaba tal cosa y buscó a Escarcha en las cuadras para salir a cabalgar. Robert estaba allí cepillando uno de los caballos de Lord Rickard y sonrió al verla. La muchacha le devolvió el gesto y él se acercó para abrazarla. Bajó los ojos hacia la boca de Lyanna y ella sospechó que iba a besarla. Nunca antes la habían besado, ni Robert ni nadie. El joven olía al heno del establo y al sudor de alguien que ha estado trabajando duramente. A Lyanna no le desagradó, porque le pareció muy masculino, pero se puso tensa ante la perspectiva del beso. ¿Cómo debía actuar, qué tenía que hacer? Él le acarició el pelo, retirándoselo de la cara, y pasó un dedo suavemente por su boca, dibujando sus carnosos labios. Entonces posó los suyos sobre los de ella. Lyanna estaba nerviosa, notando cómo Robert mordisqueaba un poco el labio inferior. Separó sus propios labios para dejar que la lengua de Robert jugara en su boca hasta encontrarse con la suya. La sensación era placentera. Ella se dejó hacer, inexperta, mientras él respiraba con fuerza por la excitación, hasta que Lyanna rompió el beso. El muchacho la miró alegre y con el rostro colorado, tomando sus manos. «No puedo creer que vayas a ser mi esposa. ¡Soy el hombre más feliz de todo Poniente, Lyanna! ¿Y tú, eres feliz? ¡Dime que sí!» ¿Qué podía responder? ¿Acaso cualquier otra chica se mostraría triste ante la perspectiva de casarse con un joven guapo, fuerte y poderoso? Pero ella no era como las demás. Eludió la respuesta devolviéndole el beso. 

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