EDDARD
La
silueta de Invernalia se dejaba ver entre los árboles y la bruma que rodeaba la
poderosa construcción. Los dos amigos venían escoltados por gentes del Valle de
Arryn, aunque Robert se había empeñado en que no les hacía falta ningún tipo de
protección. Eddard miró de reojo a Robert: se asemejaba a un coloso montado
sobre un caballo. Su amigo era valeroso con la espada además de muy diestro,
pero pecaba de ser un poco fanfarrón a veces. A pesar de estar cerca de
terminar su pupilaje, parecía no entender que aún no era un caballero preparado
para ir a ninguna guerra, pero Robert estaba deseoso de demostrar de lo que era
capaz en una lucha real. Eddard acercó su caballo y le dio una palmada en la
espalda. El joven Baratheon le devolvió la muestra de afecto y lo miró con ojos
un tanto ansiosos. Eddard supo interpretar el gesto: Robert estaba nervioso
ante la perspectiva de ver de nuevo a Lyanna, la pequeña de los Stark. Ahora se
habría convertido en una joven, aunque la última vez que estuvieron en
Invernalia ya había experimentado un cambio físico que anunciaba la espléndida
mujer que llegaría a ser. «Ned», dijo Robert, «no te burles de mí, pero ahora
mismo pararía este maldito jamelgo y saldría corriendo hacia Invernalia. Es tan
lento que parece que, en vez de avanzar, retrocede.» Eddard soltó una
carcajada, algo raro en él, ya que solía ser bastante comedido y discreto; pero
no pudo reprimir esa muestra de buen humor al contemplar la impaciencia de
Robert por ver a Lyanna. Conocía a su amigo casi como la palma de su mano.
Había algo en él que hacía imposible odiarlo, una especie de encanto natural
que atraía a hombres y a féminas. Y eso que estaba plagado de defectos: además
de orgulloso, era un poco mujeriego. El Lord Protector tuvo que castigarlo
varias veces durante su pupilaje porque Robert se dedicaba a flirtear con las
criadas y había desflorado a más de una, y no sin consecuencias. Se decía que
una de las últimas niñas nacidas entre la servidumbre del Valle era hija de
Robert. Eddard la había visto y, desde luego, la mata de pelo negro que cubría
su cabecita parecía dar crédito a las habladurías. Aún así, le parecía que lo
que Robert sentía por su hermana era verdadero amor, ya que no se comportaba
con ella como con el resto de muchachas. Era como si tratara de refrenarse e
incluso quisiera ser todo un caballero con ella, colmándola de atenciones, a
veces un tanto torpes, porque no estaba acostumbrado a hacerlo.
Entraron
por el patio. Allí ya estaba Lord Rickard, el padre de Eddard, esperando a los
muchachos. Junto a él estaban Brandon y Benjen. Ned leyó la decepción en el
rostro de Robert al notar la ausencia de Lyanna en el recibimiento. Los dos
jóvenes descabalgaron y Lord Rickard dio un fuerte abrazo a ambos, algo que se
repitió por parte de los otros dos hermanos Stark para con los recién llegados.
Tras intercambiar las frases de cortesía, la conversación se hizo más relajada. «Hijos míos, qué gran momento éste», dijo el señor de Invernalia. «No erais más
que unos mocosos cuando se os envió la primera vez al pupilaje y hoy regresáis
hechos unos hombres. Algunos más que otros, por lo que veo», y rió a carcajadas
tocando la barba que le había crecido a Robert por la cara tras varias semanas
de viaje. Ned frunció el ceño: el también tenía, pero la suya era castaña y no
destacaba tanto. «Es capaz hasta de conquistar a mi propio padre», pensó con un
punzada de envidia, mientras se pasaba la mano por el mentón. Miró hacia su
hermano mayor: él sí que era un verdadero hombre, un caballero a sus casi
veintiún años. Sospechaba que pronto se anunciaría su compromiso con alguna
joven de buena familia y eso también le provocaba algo parecido a los celos.
Desde siempre asumió que Brandon sería el heredero, pero en ocasiones no podía
evitar pensar en que él también podría ser un digno señor de Invernalia, su
hogar, al que adoraba. Ser el segundo sólo le permitía convertirse en caballero
y servir a alguna casa importante y estar otra vez alejado de allí. Por su
parte, Benjen parecía aceptar con alegría su condición de hermano pequeño y lo
admiraba por ello. Cerró los ojos, apartando esos pensamientos de su mente.
Quería a Brandon más que a su vida y no merecía sino todo lo bueno que hubiera
en el mundo; era un tonto teniendo celos de él. Se dirigió hacia Bran y volvió
a abrazarlo, sorprendiendo a su hermano, que le revolvió el pelo como si fuera
un cachorro.
En
el preciso momento en el que se dirigían hacia el interior del castillo entre
bromas, un estruendo de cascos de caballo ensordeció a los presentes. Lyanna llegaba
montada en su yegua, sudorosa y con el pelo suelto. Lord Rickard le dirigió una
mirada de desaprobación, pero ella sonrió con candidez, algo a lo que su padre
no pudo resistirse. Bajó de un salto y corrió hacia Eddard, tomándole la cara
entre sus pequeñas manos y besándolo con fuerza en las mejillas barbudas. Ned
no quería soltarla, era como un pajarillo revoltoso que quisiese zafarse
inmediatamente de su abrazo, pero él necesitaba tenerla retenida un poco más.
Algo le decía que esa muchacha en la que se había convertido no tardaría en
abandonar el nido y la echaría de menos. Lyanna reía mientras intentaba quitar
los brazos de su hermano en torno a su cintura. «Déjame saludar a Robert, si no
pensará que soy una niña maleducada», le recriminó entre risitas. Ned la soltó
y vio a su amigo ponerse rojo y brillante de sudor a pesar del frío del lugar.
Lyanna se acercó contoneándose lentamente, con las manos a la espalda y los
ojos bajos, como si fuera una niñita vergonzosa. Robert parecía a punto de
desmayarse, sin saber hacia dónde mirar, mientras los hermanos Stark ahogaban
unas risas maliciosas. La joven se acercó a él y le dio dos castos besos en
ambas mejillas, al tiempo que posaba sus manos tímidamente en los hombros del
muchacho. Ned temió por un instante que Robert no pudiera resistir la tentación
de besarla en la boca, pero lo vio contenerse y mantener el tipo como un héroe.
Lyanna era incorregible.
Pasada
la crisis, el grupo se dirigió al interior del castillo para la comida. De
camino, Eddard pudo observar cómo Lyanna no quitaba ojo a Robert. Tal vez su
amigo pudiera tener alguna esperanza con ella. Se alegró pensando en una
posible unión entre ambos, aunque no tenía muy claro si algo así funcionaría.
Los dos eran personas con un fuerte carácter, indómitos por naturaleza. Sonrió para
sus adentros al imaginar las peleas que habría entre ellos.
Hay ese Eddard es encantador, pero Robert si que se pasa, cuantos hijos no reconocidos tendrá valgame Dios, Lyanna me parece divertida, esto huele a romance jeje, gracias por este capítulo Athena, espero con ansias ver como avanza la historia, pero con leer a Eddard me conformo. *-*
ResponderEliminarEddard tendrá más capítulos, no te preocupes, jeje...
Eliminary aqui leyendo en el 2017 un poco tarde pero me encanta :)
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