RHAEGAR
Desde
aquella mañana en la que Lyanna lo había guiado hasta su lecho, la joven y él
habían dormido juntos cada noche. La proximidad de ella lo tenía totalmente hechizado,
jamás había sentido algo así con Elia. Con sólo mirarse, sabían lo que el otro
pensaba. ¿Cómo era posible? Apenas se conocían unas semanas. La complicidad
entre ambos tenía confundido a Rhaegar. Era como si Lyanna leyera en sus ojos y
a él le ocurría lo mismo. Un pequeño gesto con el labio, una forma concreta de
tocarse el pelo, y él entendía el mensaje, aun cuando ella no fuera consciente
de estar enviándolo.
Estaba
despierto desde hacía rato. Le encantaba contemplar a Lyanna durmiendo y estar
cerca cuando tenía una de sus pesadillas para consolarla. En ese momento
respiraba tranquilamente en un sueño profundo. Acarició su pelo oscuro y
brillante. Era tan bonita, tan joven y tan frágil en apariencia que le parecía
increíble que fuera suya. Su fuerza interior y la valentía que mostró en
Harrenhal despertaron su corazón aletargado, que había renunciado a sentir
ningún tipo de pasión. «Elia», dijo en voz baja. No lograba sacarse de la
cabeza a su mujer, esperando una respuesta a su proposición. Envió un cuervo a
Desembarco y otro a Invernalia dirigido a Lord Rickard Stark y a Robert. Nada.
Silencio por ambas partes.
Lyanna
se revolvió inquieta, hablando en sueños. Él la arropó con sus brazos para
evitar la pesadilla que parecía avecinarse, a lo que ella respondió abrazándolo
a su vez, dormida. No pudo evitar besarla en la boca, despertándola de su
letargo. La joven abrió los ojos lentamente y sonrió. Esta vez fue ella la que
lo besó, moviendo sus labios frenéticamente y jugando con su lengua. Rhaegar
notó la excitación y se dejó llevar por el juego iniciado por Lyanna. Cuando
yacía con Elia, él llevaba el mando de la situación y su esposa se mostraba
sumisa. Ella nunca iniciaba el contacto físico, si bien Rhaegar notaba que Elia
lo deseaba a él mucho más que él a ella. Borró la imagen de su mujer y se
concentró en Lyanna, que lo besaba por el pecho, a horcajadas sobre él, con el
camisón entreabierto. Le encantaba ver a la muchacha tomando la iniciativa. Era
algo nuevo para él y bastante inquietante… La obligó a tumbarse para colocarse
encima, mientras ella se resistía juguetona. No podía dominarla como sí hacía
con Elia, de manera que volvió a dejarla sobre él y le permitió moverse a su
antojo hasta que ella se sintió satisfecha, lo que vino a coincidir con su
momento de máximo placer.
Lyanna
se recostó sobre su pecho. A pesar de lo feliz que se sentía, el no tener
noticias de lo sucedido desde que se fugaron pesaba como una losa sobre la
conciencia de ambos. «Otra semana sin saber nada. Creo que Elia no admitirá mis
condiciones», dijo Rhaegar. «Tampoco sabemos nada de Robert, pero apuesto a que
su respuesta será que no. Estoy preocupada..» Parecía como si los cuervos nunca
hubieran llegado a su destino. Se miraron y se sonrieron mutuamente con
tristeza. El príncipe adivinaba en los ojos de Lyanna la decepción. Unos golpes
en la puerta los sacaron de sus pensamientos. Rhaegar se puso una túnica ligera
y se levantó para ver quién era. Un mensajero con un pergamino. «Acaba de
llegar desde Desembarco, señor», informó el muchacho. «¿Lo ha traído el cuervo
que enviamos?» «No, mi señor. Últimamente ya no regresan, no sabemos por qué.»
Daba igual… ¡Al fin tenían noticias! ¿Cómo sabían dónde estaban? No le dio importancia a eso. Cerró y se acercó alegre hacia el lecho en
el que Lyanna miraba expectante. Desplegó el folio esperanzado, pero su rostro
fue cambiando a medida que leía. «Te ha dicho que no, ¿verdad? Elia no
permitirá que te cases conmigo.» Él negó con la cabeza. «Es algo peor… No sé ni
cómo decírtelo. Dioses, esto es horrible…», musitó mientras que dejaba el
mensaje sobre el lecho. Lyanna se lanzó a leerlo y estalló en un grito. «¡Mi
padre y mi hermano asesinados en la Fortaleza Roja! ¡Acusados de alta traición!
¿Cómo es esto posible? ¡Explícamelo!», decía envuelta en furiosas lágrimas,
mientras golpeaba a Rhaegar en el pecho. Él no se atrevía a mirarla, estaba
avergonzado por lo ocurrido. Casi podía ver a su padre con gesto enloquecido
mientras que Lord Rickard y Brandon morían torturados, tal y como se
especificaba en el mensaje. Envolvió a Lyanna en un abrazo fuerte para que se
calmara. Ella se desahogó en su pecho sin resistirse. ¿Qué podía hacer? La
dicha que estaban viviendo era sólo un espejismo, porque sus actos habían
tenido consecuencias en otras personas. No era momento de lamentos, sino de
tomar decisiones. «Se acabaron los cuervos. Iré en persona a Desembarco del Rey
y resolveré esto yo mismo. Mi padre ha ido demasiado lejos.»
Enterarse de las consecuencias que tuvieron sus actos no tuvo que ser nada fácil. Lo cierto es que una historia así no podría acabar bien ni aunque no acabasen muertos.
ResponderEliminarAMO AMO AMO ESTA FOTO ^^ Ya lo sabes ;) Y queda tan perfecta en tu fic
ResponderEliminarGracias por pasármela. Parece hecha para ese momento e.e
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