AVISO

Este fic contiene sólo especulación. Se basa en diversas teorías que hay por la red. Si no quieres que se te desvele nada que creas importante, no lo leas. Pero insisto: no dice nada que se haya escrito y/o publicado aún. Todos los personajes y lugares pertenecen a G.R.R. Martin.

viernes, 25 de enero de 2013

Capítulo 43


LYANNA
            Desde que llegara la noticia de la muerte de Rhaegar en el Tridente, Lyanna era un alma en pena. Lo único que le daba sentido a su vida era el bebé que crecía en su vientre, fruto de su amor. Se obligaba a comer sólo por alimentar al niño, porque ella no sentía hambre y sólo deseaba dejarse morir. Su rostro estaba demacrado, con los ojos enrojecidos de tanto llorar los últimos meses. Era paradójico pensar que, mientras ella se consumía por dentro, su cuerpo engordaba cada vez más. «He de ser fuerte por ti y por él», le decía a ese pequeño ser. Calculó que el momento del alumbramiento debía estar próximo, pero aún quedaban unas semanas para que llegara. Estas cosas no eran exactas, así que era mejor estar prevenida, aunque en el desolado paraje donde se encontraba iba a ser difícil dar con un maestre o alguien que pudiera atenderla en el parto. «Soy una loba del Norte, no tengo miedo, pariré sola si es preciso.» Repetía esas frases una y otra vez con el fin de creerlas y de hacerlas verdaderas.


            Se incorporó en el lecho, esa cama que de nuevo era enorme para ella sola. Acarició las sábanas del lado en el que solía dormir Rhaegar. Allí reposaba la corona de rosas azules que hizo antes de la muerte de su amante y de la que no se separaba desde entonces. Otra vez notó ganas de llorar. ¿Cómo era posible que aún le quedaran lágrimas? Se las enjugó y respiró hondo, mientas que se levantaba para salir al balcón. El cuerpo le pesaba mucho y los pechos estaban muy hinchados y doloridos. Fuera hacía calor, allí siempre lo hacía. Podría haberse acostumbrado a vivir en Dorne si Rhaegar estuviera con ella, pero sola… ¿Qué habría ocurrido tras su muerte? No conocía la situación de la guerra, si Robert o Ned estaban vivos. ¿Por qué no venía nadie a buscarla? Los capas blancas tampoco sabían nada y seguían allí guardando a Lyanna, tal y como el difunto Rhaegar les había ordenado. 
Se apoyó en la balaustrada del balcón y miró hacia abajo. La altura era considerable. Un cosquilleo le recorrió las piernas y le subió al estómago… Se sentía atraída por el abismo. «Estoy perdiendo la cabeza. No quiero morir. Quiero ver el rostro nuestro hijo.» Entró de nuevo en la habitación para vestirse y bajar a comer algo. Cuando se disponía a quitarse la camisola con la que dormía, un dolor intenso le atravesó la parte baja del vientre y la hizo doblarse hacia delante. Reprimió un grito y se mordió el puño. «No, por favor, es pronto, ahora no…» El dolor paró y le dejó una sensación de adormecimiento en esa zona. A lo mejor era una falsa alarma. Cuando ya creía que no volvería, el pinchazo se repitió. Se recostó en la cama, intentando hacerse un ovillo, pero la abultada barriga se lo impedía. El dolor era cada vez más continuo. «Dioses, protegedme, no permitáis que le ocurra nada a mi bebé. Es pronto, es pronto…» Se levantó para dirigirse a la puerta, buscando a alguien que la auxiliara. De camino notó un chorro caliente recorrerle las piernas y un charco se formó a sus pies. Con mucho esfuerzo alcanzó el picaporte y consiguió salir. En el pasillo estaba Ser Arthur Dayne, que se asustó al ver el estado de Lyanna, que decía «Ayuda, por favor, el niño viene, me duele mucho y…» No consiguió terminar la frase. Cayó desplomada sobre agua y sangre, mucha sangre.

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