RHAEGAR
Ya tenían casi
todo preparado y pronto volverían a Desembarco del Rey. Rhaegar entró a los
aposentos que compartía con su esposa en el castillo de Harrenhal para avisar
de que en unos minutos saldrían hacia la Fortaleza Roja. Elia estaba sentada de
espaldas a la puerta y no se inmutó cuando su esposo le habló. El príncipe
notaba que ella estaba disgustada por el final del torneo. La había afrentado
delante de todo el mundo coronando Lyanna Stark como Reina del Amor y de la
Belleza, algo que jamás le perdonaría. «Esposa mía, ya te he dicho que todo
esto tiene una explicación», le dijo Rhaegar. Pero Elia se negaba a escuchar.
De todos modos, ¿cómo decirle que le entregó las rosas azules a una niña como
muestra de admiración por su valor? El príncipe consideraba a Lyanna Stark la
verdadera vencedora del torneo y por eso la coronó… Pero, ¿era únicamente esa
la razón? Hizo análisis mental de los últimos días: no conseguía quitarse de la
cabeza los ojos grises, el rostro arrebolado y la boca jadeante de la muchacha
en el bosque. Al día siguiente de su extraño encuentro, Rhaegar regresó al lugar
con la excusa de atrapar al misterioso Caballero del Árbol Sonriente y encontró
la armadura tirada allí, junto al escudo, que colgaba de una rama, y el yelmo. Había
tomado este último entre sus manos, recordando el momento en el que se lo quitó
y descubrió el rostro más bello que jamás había visto. En el casco encontró
algunos cabellos oscuros y los había guardado envueltos en un pañuelo. Aún
conservaba lo que empezó a considerar como un amuleto, puesto que lo había
llevado durante el torneo cerca del corazón y le había dado suerte.
Viendo
imposible entablar conversación con su esposa, terminó de recoger sus efectos
personales en silencio. Elia se levantó de la cama y se dirigió hacia él.
Rhaegar no estaba enfadado con ella, ¿cómo podría? Notaba su propio ceño
fruncido, pero porque estaba disgustado consigo mismo por todo lo que le estaba ocurriendo. Su
esposa se acercó con el rostro serio y le pasó la mano por el cabello plateado. «Sé que nuestro matrimonio nunca se ha basado en el amor, Rhaegar, pero sí
espero que siga basándose en el respeto como hasta ahora.» El joven besó la
frente de su esposa y puso la mano en su vientre. “Por el hijo que vamos a
tener, te juro que así será”. Sus ojos no decían lo mismo y Rhaegar
temió de nuevo que ella le leyera el pensamiento.
Pobre Elia... embarazada y con una salud tan débil..
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