ROBERT
Estaba
decidido a pesar de que no las tenía todas consigo. Contaba con el apoyo de
Lord Jon Arryn, de Lord Hoster Tully y de Ned Stark. Supuso que fue duro para
su amigo separarse de su joven esposa justo al día siguiente de la noche de
bodas para marcharse a Invernalia y reunir a sus vasallos, sacrificando su vida
marital por una guerra que podría decirse perdida de antemano. Pero él no llegó
a casarse con Lyanna, con la muchacha de la que estaba enamorado desde hacía
tanto tiempo… Después de conseguir su mano, después de vivir un sueño, había
despertado de golpe. El príncipe Rhaegar le había arrebatado el amor de su vida
y lo más probable era que la hubiera hecho suya. No quería pensar en ello, pero
imaginaba una y otra vez a su prometida atemorizada, intentando huir de su
secuestrador, encerrada después en no se sabe qué oscuro lugar y siendo abusada
por el infame Targaryen que la robó. Maldita la hora en la que fueron a
Harrenhal… La coronación de Lyanna como Reina del Amor y de la Belleza había
sido el colmo del atrevimiento. Ella había estado inquieta durante todo el
tiempo y Robert lo notó. Posiblemente Rhaegar la estuvo acosando de alguna
forma y ella, por miedo, no dijo nada. Ese príncipe no sabía con quién se las
habría de ver.
Tras
los primeros momentos de confusión ante la noticia del rapto y la muerte de
Lord Rickard y Brandon, decidió que había que actuar rápidamente antes de que
Aerys moviera sus tropas contra el Valle de Arryn. Había conseguido llegar a
Bastión de Tormentas a duras penas. No todos los vasallos del Lord Protector
estaban a favor del levantamiento en contra de Aerys e intentaron por todos los
medios evitar que él y Ned llegaran a Puerto Gaviota. Gracias a la astucia de
Robert, consiguieron embarcar y llegar a sus respectivos destinos para reunir
hombres con los que ir a la guerra.
Terminó
de vestirse ayudado por un escudero. Con la armadura y el yelmo adornado con
unos cuernos de venado tenía un aspecto temible. Mejor así, que sus enemigos
supieran que ya no era un jovencito jugando a soldados con espadas de madera.
Era el señor de Bastión de Tormentas desde que era un niño, siempre había
tenido muy claro que estaba destinado a hacer grandes cosas y ahora lo
demostraría acabando con todos los malditos Targaryen. Él mismo tenía sangre de
dragón en sus venas, ¿por qué no ser el iniciador de una nueva dinastía de
reyes más justos? Muchas casas vasallas lo veían como una alternativa más que
válida y las casas que lo apoyaban decidieron convertirlo en el cabecilla de la
rebelión para que, si ganaba, reclamara el Trono de Hierro en nombre de su
ascendencia Targaryen.
La
noche anterior había llegado un cuervo anunciando las intenciones de tres
señores independientes de las Tierras de las Tormentas y de los Ríos, Lord
Grandison, Lord Cafferel y Lord Fell, de unirse a los ejércitos realistas en
Refugio Estival y atacar Bastión de Tormentas. Robert convocó a sus aliados
para marchar sobre los tres por separado y pillarlos totalmente desprevenidos.
Salieron
un poco antes de la amanecer. El grupo no era demasiado numeroso, pero los
miembros del mismo eran jóvenes y dispuestos. A la cabeza iba Robert, abriendo
la marcha. Según las últimas noticias, el ejército de Lord Cafferel estaba
acampado a poca distancia de Bastión de Tormentas, en el camino hacia Refugio
Estival. Se detuvieron en un claro del bosque y Robert indicó a dos soldados
que hicieran labores de rastreo. Los muchachos regresaron media hora después y
comunicaron que Lord Cafferel estaba efectivamente cerca de allí. «¿Cuántos
hombres hay de guardia?», preguntó Robert. «Pocos, mi señor. No parece que
esperen visita», dijo el soldado. «Mejor así», respondió él. «Estamos de
suerte. Debemos evitar que puedan comunicar a Lord Fell y a Lord Grandison
nuestro ataque. Es imprescindible atacar a todos por sorpresa si queremos
asegurarnos la victoria.» Cabalgaron despacio, haciendo el menor ruido posible,
hasta llegar a una distancia prudencial del campamento. Una vez situados en
posición privilegiada para observar el lugar, cuatro jóvenes se acercaron en
silencio hasta los puestos de guardia por órdenes de Robert y degollaron
limpiamente a los soldados que vigilaban. De repente, alguien dio la voz de
alarma. Robert gritó a sus hombres y éstos cabalgaron tras él blandiendo sus
espadas. Las gentes de Lord Cafferel salían de sus tiendas a medio vestir y
empuñando las armas con desconcierto. La confusión reinaba en el campamento y
Lord Cafferel arengaba a los soldados para que se dieran prisa en reaccionar.
El caballo de Robert pisoteaba todo lo que se ponía por delante y él luchaba
con rabia, cortando miembros, clavando su espada en los cuerpos. La visión de
la sangre del enemigo vertida en el suelo le producía una mezcla de
sentimientos: asco y placer, repugnancia y satisfacción. Cada vez que mataba a
un hombre, se sentía más cerca del que consideraba el único oponente que
merecía realmente morir asesinado por él: Rhaegar Targaryen.
Los
rebeldes ya se veían ganadores cuando llegaron más hombres. ¡No podía ser! Los
estandartes que portaban eran los de las familias Fell y Grandison. De alguna
forma habían conseguido llegar a tiempo para ayudar a sus aliados. Robert no se
achantó, sino que picó a su caballo y se lanzó sin temor hacia los recién
llegados. Sus hombres, animados por su acción valerosa, lo imitaron. La lucha
era feroz y la fuerzas fueron igualándose. Un jinete con el emblema de los
Fell, la media luna y el bosque, atacó a Robert por la espalda. Él reaccionó
con rapidez y consiguió parar el siguiente golpe, enzarzándose en un combate
agotador. Sin embargo, el señor de Bastión de Tormentas logró dar un espadazo
fatal al contrario, tirándolo del caballo y rematándolo en el suelo. Bajó y le
quitó el yelmo: era el mismo Lord Fell en persona. «¡HE MATADO A LORD FELL,
PODEMOS CON ELLOOOOOS!» El grito de Robert infundió valor a sus hombres y la
batalla se decidió a su favor. Hicieron prisioneros a Lord Cafferel y a Lord
Grandison y los llevaron ante Robert. Junto a ellos, trajeron a un muchacho,
Hacha de Plata, el hijo de Lord Fell. «Habéis sido derrotados. Estáis en el
bando equivocado. No sé si el mío vencerá, pero sí sé que su causa es justa. El
rey Aerys es un loco que no merece sentarse en el Trono de Hierro.» Los señores
se miraban entre sí, sin saber qué decir. El hijo de Lord Fell se adelantó: «Señor, habéis vencido honorablemente en el campo de batalla y, aunque habéis
matado a mi padre, quisiera ser vuestro escudero, si me aceptáis.» Robert le
puso la mano en el hombro y asintió. Lord Grandison y Lord Cafferel se
arrodillaron ante el joven vencedor. Ya los tenía de su lado.
¡Menuda batalla! Una pequeña primera victoria... a ver como sigue Robert.
ResponderEliminarUn pequeño apunte... hablas de una espada y el suele llevar un Martillo de Guerra.
Sí, una pequeña licencia. En la batalla decisiva portará el Martillo de Guerra :)
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