LYANNA
Siguió
al caballo del príncipe con los ojos hasta que se perdió en la lejanía. Aún no
podía creer lo que le había sucedido. ¡Se había enfrentado en un duelo a espada
con Rhaegar Targaryen! No sabía si estaba más nerviosa por el hecho de haber
retado al mismísimo príncipe de los Siete Reinos o por haberlo tenido tan
cerca… Se recogió el pelo con una cinta y ayudó a su hermano a ponerse en pie. «Rápido, quítame la armadura, tenemos que marcharnos de aquí antes de que Bran,
Ned y Robert lleguen al hospedaje y se descubra nuestro plan.» Dejaron la
armadura abandonada y el escudo colgando de un árbol. Montaron en uno de los caballos,
dejando al más viejo libre, y trotaron hasta la ciudad. Una vez llegados al
hospedaje, regalaron el caballo a un herrero que había cerca del lugar y
subieron corriendo a sus habitaciones. Por la escalera se tropezaron con la
mujer del dueño y Lyanna le dio dos dragones de oro por los servicios
prestados. «Recordad que no hemos salido de nuestras habitaciones nada más que
para ir a las letrinas.» La mujer miró la cara hinchada de Benjen. «¿Y cómo
vais a explicar esto?» Lyanna ya lo había pensado. «Diremos que se mareó
mientras iba a vomitar y se golpeó con una silla. Mis hermanos tienen que creer
que estuvimos aquí todo el tiempo.» Entraron en sus habitaciones para meterse
en las camas. Lyanna se desvistió con rapidez, guardando Espetón en el fondo de su baúl, y se metió en la cama con una
camisola.
Pasados
diez minutos, oyó los pasos de sus hermanos y de Robert por el pasillo. Ned
entró con sigilo para no despertarla, pero ella le indicó que pasara, que estaba
despierta. «¡Me muero de ganas de que me lo contéis todo!» Su hermano tomó
asiento cerca de la cama y le tocó la cara. «Estás ardiendo, Lyanna. ¿No
tendrás fiebre?» La muchacha se llevó la mano al rostro y lo notó caliente y
sudoroso, pero sabía que no era por un estado febril. «No, me encuentro bien.
Aquí hace demasiado calor, supongo. Y nosotros estamos tan acostumbrados al
frío que…» Eddard puso cara de sospecha otra vez. Lyanna temió que la
interrogara, así que volvió al tema del torneo. Ned le contó lo ocurrido con el
Caballero del Árbol Sonriente y ella escuchaba embobada, aparentando sorpresa a
cada detalle que su hermano le daba. Rió para sus adentros cuando Eddard
exageró algunos momentos de las justas que ensalzaban el valor del desconocido. «Es una pena que no hayáis podido venir ni Benjen ni tú. Habríais disfrutado
muchísimo, porque lo de hoy ha sido impresionante”, dijo Ned.» ¿Y no se sabe
nada de ese misterioso personaje, su identidad?» El hermano negó con la cabeza. «No, pero el príncipe Rhaegar prometió descubrir quién era y lo persiguió hacia
el bosque. Aún no hay noticias de si tuvo éxito en su empresa, pero yo creo que
va a fracasar.» Ella respiró con alivio. Así que Rhaegar no la había delatado…
de momento.
Robert
entró en la habitación. Ned se marchó a ver a Benjen como excusa para dejarlos
solos. El joven Baratheon se sentó en la cama. «Espero que estés mejor, Lyanna.
Será para mí un honor que mañana puedas verme en las justas. Quiero ofrecerte
mi victoria.» Ella le sonrió con gesto forzado, asegurándole que estaría
perfectamente. Robert la besó en los labios con suavidad. Lyanna se estremeció
pensando en cómo sería ser besada por Rhaegar. Cerró los ojos e imaginó que era
el príncipe quien estaba allí con ella y devolvió el beso con pasión. Robert se
sobresaltó ante la reacción de la muchacha y rompió el contacto. «¡Deberías
enfermar más a menudo, jajaja! Casi me dejas sin respiración.» Lyanna tenía el
corazón acelerado y notaba un cosquilleo en la parte baja del estómago que era
nuevo para ella. Miró a Robert a los ojos, intentando convencerse de que él era
su prometido y a él debía fidelidad. Pero en su mente sólo veía una mirada índigo rodeada de plata.
Los sentimientos de Lyanna empiezan a decantarse claramente hacia un vencedor... pobre Robert, para el ella lo es todo.
ResponderEliminarVos sabéis bien lo que sufrirá Robert...
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