RHAEGAR
Los dolores del parto
habían comenzado de madrugada y ya era casi mediodía. Rhaegar estaba en la
puerta de la habitación, nervioso, como cuando nació su hija Rhaenys. Oía a
Elia gritar de dolor mientras que él estaba fuera, impotente. Mujeres entraban
y salían constantemente con la cabeza baja y las manos ocupadas con telas y
jofainas de agua. Daba igual que fuera el príncipe: nadie le decía nada de cómo
iba todo allí dentro. Harto de la espera, bajó al patio de armas. Rhaenys y
Viserys estaban jugando sin ninguna vigilancia. Como siempre, su hermano andaba
con travesuras que hacían llorar a la niña. En esta ocasión la retaba a poner
la mano encima de un pequeño fuego para demostrar que era una Targaryen
auténtica. «¡No lo eres ni nunca lo serás, porque tu madre es sólo una Martell
y tú otra!» La niña empezó a llorar desconsolada. Viserys se reía con
desprecio mientras empezaba a colocar su propia mano cerca del fuego. Rhaegar
corrió hacia él para apartarlo de la llama, porque sabía que terminaría
quemándose. «¿Estás loco, Viserys? ¡Déjate de historias de dragones y de fuego!
¡Y no vuelvas a acercarte a Rhaenys!» El niño lo miró con sus ojos violetas
fuera de las órbitas. «¡Os odio, a ti y a tu asquerosa hija, ojalá os muráis
todos! ¡Ojalá se mueran tu mujer y tu hijo! ¡YO SOY EL ÚNICO DRAGÓN AQUÍ!» El
príncipe no pudo soportarlo más: tomó a Viserys por una oreja y lo arrastró
hasta la llama, sujetándole la cabeza por el pelo. «Mira ese fuego, ¡míralo
bien! Si vuelves a decir algo semejante juro que te meto ahí para comprobar que
eres realmente de la sangre del Dragón. ¡Y apuesto a que arderás como una pila
de paja seca!» Lo soltó con rabia y le ordenó quitarse de su vista.
Una sirvienta bajó a su
encuentro para darle la buena noticia: su hijo había nacido y estaba en
perfecto estado, igual que su madre. ¡Un varón! Subió a la habitación
matrimonial para verlos. Elia estaba agotada pero feliz, mientras que el niño
dormía plácidamente en brazos de su esposa. Tenía el pelo plateado de los
Targaryen. «Es perfecto, Elia, perfecto. Mi heredero… Se llamará Aegon, como mi
antepasado, Aegon el Conquistador.» «Es Azor Ahai», pensó para sí. Dio un beso
a ambos y salió para dejarlos descansar.
Los
problemas de los últimos meses de embarazo se borraron de un plumazo ante la
visión de su hijo. Se había temido por la vida de los dos debido a la delicada
salud de la madre. Rhaegar se sintió culpable durante todo ese tiempo, pensando
en que podía ser un castigo de los dioses por haber jurado en vano. Y es que su
cabeza había estado ese tiempo en Harrenhal, en el bosque, en Lyanna Stark. Y
ese día, el día del nacimiento de su primer varón, aún lo estaba. Buscó en su
pecho el pañuelo con los cabellos oscuros y lo sostuvo en la mano. «Lo juré y
no he sido capaz de cumplir ese juramento.» Tomó el amuleto y se dirigió hacia
el fuego en el que Viserys había estado jugando. Cuando estaba a punto de
arrojarlo a las llamas, un sirviente le dio un pergamino que acababa de llegar
a través de un cuervo. Como el de aquella ocasión que parecía tan lejana, no
tenía sello. Lo abrió y lo leyó varias veces para cerciorarse de que no era un
sueño. El pañuelo volvió a su pecho.
Que oportuno momento el de la carta.. casi cuando Rhaegar iba a renunciar!
ResponderEliminarFU!
ResponderEliminar