BRANDON
Despertó
helado de frío. El lugar era húmedo y oscuro. Estaba encadenado a la pared de
manos y pies, y la cabeza le palpitaba de dolor. Entonces recordó: se había
presentado en la Fortaleza Roja exigiendo al príncipe Rhaegar salir a dar la
cara por lo que había hecho. Pero el Targaryen no estaba allí. Su padre arrestó
a sus acompañantes y los encerró en los calabozos. Él fue golpeado para que no
se resistiera. No sabía nada de ellos y, lo peor, nadie conocía su paradero
porque todo lo habían hecho en secreto. Se puso de pie para no mojarse más de
lo que ya estaba. Un ruido lo puso alerta: era el sonido de una llave en la
puerta, que se abrió dejando paso al carcelero. «Vamos, su Alteza quiere
verte.» Le quitaron los grilletes, le ataron las manos y lo condujeron por un
laberinto de puertas y pasillos iluminados tristemente por unas pocas
antorchas.
Llegados a un piso superior, vio a su
padre. ¿Qué hacía allí? Supuso que Aerys lo había hecho llamar a su presencia. «Padre», dijo Brandon, «¿Por qué estáis aquí? ¿Qué sabéis de todo lo que ha
ocurrido?» Lord Rickard quiso abrazar a su hijo, pero el carcelero se lo
impidió. «Enviaron un cuervo desde la Fortaleza Roja pidiendo que los padres de
tus acompañantes y yo viniésemos a responder por vosotros, porque habíais
cometido horribles crímenes.» Brandon gritó indignado, tratando de zafarse de
los brazos de su acompañante. «Pero, ¿qué mentira es ésa? Vine a exigir que
liberaran a Lyanna. ¿No sabéis que el príncipe Rhaegar la secuestró cuando
venía hacia aquí?» Su padre negó con la cabeza, sorprendido. «¿Cómo osaste
acusar al príncipe? ¿Acaso tenías pruebas, Bran? Ahora habrá que asumir las
consecuencias de tus impulsivos actos, hijo mío.» El joven estaba indignado.
¿Qué más prueba había que aquélla? Lo peor era que no sabía que iba a pasar con
él ni con todos sus compañeros. «Pero no temas, Brandon. Confío en la magnanimidad
de nuestro Rey. Déjame hacer a mí.»
Los llevaron ante el
rey Aerys. La Sala del Trono estaba atestada de gente y los miembros de la
Guardia Real destacaban por el color blanco de sus atuendos. Bran distinguió
allí al joven Lannister que había sido nombrado durante el torneo de Harrenhal.
También estaban Ser Barristan Selmy y Ser Arthur Dayne. Supuso que la presencia
de los capas blancas al completo era una manera de garantizar la seguridad de
Aerys, pero no veía la necesidad de tanta espada frente a dos hombres casi
indefensos. Lord Rickard Stark iba enfundado en su armadura, mientras que
Brandon sólo llevaba la cota de malla, ya que le quitaron parte de su
indumentaria de caballero antes de meterlo en la celda. Cogieron al joven y le pasaron
una cuerda de cuero por el cuello, que a su vez estaba atada a una argolla en
la pared. Lord Rickard no se mostraba nervioso: sólo pedía justicia y esperaba
obtenerla del monarca. Exigió un juicio por combate para su hijo y Aerys no
puso ningún impedimento. El señor de Invernalia se presentó como campeón de
Brandon. No se sabía quién sería el escogido por parte del rey. Aerys se
levantó lentamente de su trono forjado con espadas, cuidando de no cortarse una
vez más, extendió su brazo delgado lleno de costras y señaló una tea con un
dedo huesudo rematado con una uña larga, sucia y curvada. «Elijo al fuego como
mi campeón. Quiero ver cómo se derrite un hombre de nieve.» Lord Rickard se
quedó anonadado. Brandon leía en su rostro la desesperación y la sorpresa ante
una decisión como aquélla. Tenía las manos atadas a la espalda y no podía hacer
nada, sólo gritarle a su padre que no se preocupara por él, que se rindiera y
se salvara. Ver a su progenitor morir por él era lo último que deseaba. Pero
Lord Rickard hizo caso omiso y se revistió de orgullo para enfrentarse al
campeón de Aerys. A un gesto de éste, dos soldados tomaron al señor de
Invernalia, lo encadenaron y lo colgaron del techo. Nadie del público movía un
dedo ante semejante barbaridad, y mucho menos los miembros de la Guardia Real. Lord
Rickard forcejeaba pidiendo una oportunidad para defenderse, pero el rey sólo
mostraba un odio demente en sus ojos violetas mientras se tocaba la barba
amarillenta con las manos. Una vez sujeto, otro soldado hizo una pira bajo los
pies del hombre y le prendió fuego. Lord Rickard empezó a toser con fuerza por
el humo, mientras las llamas alcanzaban poco a poco sus pies. Brandon se movía
desesperado, intentando deshacerse de la cuerda que le sujetaba las manos.
Aerys se levantó y, dirigiéndose al joven, le dijo: «Te voy a dar la
oportunidad de salvar a tu padre. Aquí tienes una espada.» Un soldado se
acercó, soltó las manos a Brandon y depositó una espada a unos pocos
centímetros del muchacho. Él estiró el brazo, pero apenas llegaba al arma con
la punta de los dedos. La cuerda del cuello se apretaba, tensa e hiriente, a
cada intento de Brandon por alcanzar la espada. Notaba la sangre brotar de la
herida que empezaba a hacérsele por el roce del cuero sobre su piel, pero los
gritos de su padre mientras se quemaba dentro de su armadura eran
insoportables. Tenía que tomar la espada como fuera. Metió los dedos de la mano
izquierda entre la cuerda y el cuello para aflojarla al tiempo que volvía a
estirar el brazo derecho, pero sus propios dedos agrandaban la herida y lo
ahogaban. Lord Rickard seguía emitiendo unos alaridos animales y Aerys
estallaba en carcajadas. La armadura estaba al rojo vivo en la parte de las
piernas y un líquido espeso chorreaba sobre el fuego y chisporroteaba al contacto
con las llamas. Brandon ya no podía emitir sonido alguno debido a la presión de
la cuerda sobre su cuello. Sólo pensaba en una cosa: la espada, la espada, la
espada… Y matar con ella a Aerys por la tortura a la que estaba sometiendo a su
padre, el cual ya había dejado de gritar. Hizo un esfuerzo más… Casi la tenía
al alcance, sólo un poco y el arma sería suya… Pero los sentidos lo
abandonaban: dejó de oír la risa loca de Aerys, dejó de oler el hedor de la
carne quemada, dejó de ver a su padre. Lo último que sintió fue el sabor de la
sangre en su boca y el tacto frío de la espada que, por fin, había alcanzado.
FIN
DE LA PRIMERA PARTE
Oh, que horror, un capitulo demasiado cruel para leerlo, no se como la gente presente pudo quedarse parada sin inmutarse, solo mirando. Que horrible.
ResponderEliminarQue agonía para ambos >.<
ResponderEliminar¿En esta escena se supone que estaba Jaime Lannister, no? Otro que tampoco hizo nada, pero quien empezó a desear ver muerto al rey Aerys por semejante escena...
ResponderEliminarSí, lo he citado :) Pero, en efecto, no hizo nada de nada.
EliminarNo podia hacer nada de nada en realidad :( En festin de Cuervos Jaime describe como era ver todo lo que Aerys hacia y no poder hacer nada.
ResponderEliminar¡Gracias por comentar! Debía ser algo complicado, sí.
EliminarWaoooo, este fic me engancho en verdad.
ResponderEliminar¡Gracias! No dudes en comentar al final qué te pareció :)
EliminarUn saludo.